Cómo las cosas claman: notas sobre mi amigo
Diciembre 2019
Nos asalta inevitablemente la idea de si la dominación de reyes y obispos no era, pese a las monstruosidades de su violencia pública, sino un mecanismo ingenuo y simple que dejaba caer entre los intersticios de su edificio más libertad que alguno de los llamados Estados de derecho modernos.
Chr. Graf Von Krockow
No podemos saber hasta qué punto estamos equivocados. Sí podemos saber, en retrospectiva, que lo que está detrás nos parece risible y ridículo, las alquimias, las magias tribales, la creencia en Dios. Pero hay que comprender que la arquitectura misma es la que está mal. Por lo que ahora, con toda la claridad de la ciencia y la razón, seguimos equivocados. Quiero hablar de una persona que así me lo ha mostrado. Alguien a través de quien he experimentado una y otra vez, desde los tres años, la perturbadora posibilidad de otra cosa.
Carlo y yo somos primos segundos. Mi amigo histórico, con quien he compartido treinta años de hermandad y uno de silencio.

Hechos.
Una mañana del año 2017 estaba sentado en mi escritorio. Tenía la puerta de la terraza abierta porque entraba el sol y me daba directamente en las manos y la cara. Creo que era invierno. Sonó el teléfono y al descolgar mi abuela me dijo que Tayo, la abuela de Carlo, había fallecido. Recibí la noticia con frialdad porque apenas conocí a esa insigne mujer: casi toda la tristeza que sentí la sentí por mi abuela. Con quien hablé un poco más. Y cuando colgué el teléfono y lo dejé sobre la mesa, miré instintivamente hacia fuera por la puerta de la terraza. Vi sobreimpresas sobre el fondo de la pared medianera de enfrente a dos mariposas rojas que parecían volar intrincadas en un juego. Se acercaban. Entraron por la puerta de la terraza y atravesaron parte de la habitación para posarse, las dos, sobre mi pecho. Instintivamente di un salto hacia atrás asustado. No quería hacerles daño pero me golpeé con la mano. Una de ellas, roja, una mariposa monarca –imposible de ver en la ciudad, imposible- salió volando y se perdió de vista. La otra quedó unos instantes apoyada en la barandilla, como mirándome.

Al día siguiente, en el velatorio, me encontré con Carlo y el resto de la familia. Al cabo de un rato salimos a fumar con su hermano Luca y Vila-Matas. Allí Carlo explicó que poco antes habían estado en el cementerio de Monjuich, y que habían ido a visitar la tumba de la familia. Dijo que al llegar a la altura de la lápida, ubicada en la parte más alta del cementerio y dominante sobre el mar, apareció una mariposa roja que revoloteó entre ellos y se posó sobre Luca. Cuando explicó eso yo lo miré en silencio y no supe muy bien qué decir.
* * *
Tengo una nota de voz de Carlo del año 2018 que quiero transcribir:
Víctor, te he leído esta mañana. No me ha parecido oportuno contestarte inmediatamente. He salido a correr cuando el Sol se estaba poniendo y, de hecho, ya no era visible. Por tanto, me quedaba menos de una hora. Ahora es totalmente de noche y estoy tratando de volver a casa antes de que sea completamente oscuro. De hecho, he empezado a enviarte este mensaje desde un lugar llamado L’artigassa. Es un lugar que es colindante entre La Garriga y Samalús. Y por donde solíamos hace veinticinco años, tú también, pasar nuestros veranos. De hecho la última vez que estuve aquí no recordaba este lugar. Pero me emergió indudablemente una fuerza que, luego, vino confirmada por Luca al referirle este paraje. He ido corriendo hasta Samalús, hasta su iglesia, llamada de Sant Andreu de Samalús, antiguamente Sancto Andreo de Samalucio, y he decidido, entre otras cuestiones, equivalentes, rezar para que no haya habido decepción alguna acaecida en Roma, a lo largo de estos últimos días, de estas últimas horas. Bueno, sigo corriendo que esto empieza a ser totalmente impracticable… En medio de la oscuridad, por último, he de decir que ha ocurrido algo muy sorprendente para mí. A pesar de tener determinada cultura racionalista, he encontrado a tres niñas caminando en medio de la nada, no acompañadas de nadie, pero confiadas, muy confiadas de ellas mismas. Hasta el punto de que nada me ha sugerido que tratase de ayudarlas o indicarles dónde tenían que ir.
Es posible que sean la Trinidad.
* * *
En el año 2007 ocurrieron muchas cosas con Carlo. Hicimos un largo y tortuoso viaje por Turquía y Grecia. Pude sentir la violenta fuerza de su espíritu ese verano, cómo había algo en él que atraía lo intenso para transmutarlo, a veces, en belleza.
Al llegar a Estambul me indicó que pensaba, contra toda sugerencia, beber agua del grifo. Porque Sahila en el tren fronterizo, aquella chica con la mancha sagrada en la cara, le había dicho que tenía hacerlo. Carlo, le dije, No puedes hacerlo. No puedes beber agua de este grifo. Es cien por cien seguro que enfermarás, dije. Estábamos ya en el hostal y era de noche y yo le impedía el paso hacia el baño. Víctor, no vas a impedirlo: soy mucho más fuerte que tú. Cosa que era verdad. Debo hacer lo que me dijo Sahila mientras tú estabas en la cola del tren, dijo Carlo.
Qué te dijo Sahila, Carlo.
Voy a beber. Y eso hizo. Llenó dos vasos de agua del grifo y los consumió, y siguió de esta manera hasta la hora de dormir. Por la mañana, al amanecer –nos despertaron los polvorientos trenes que pasaban bajo la ventana- , Carlo yacía como una momia con los ojos abiertos y fijos en el techo.

Víctor, dijo. Coge tu libreta y escribe mi último discurso: he enfermado.
Espera espera, corría coger mi libreta y un bolígrafo sin llegar a preocuparme por atenderle. Pronunció palabras secretas que conservo y que no puedo transcribir y al final de su locución se incorporó, rígido y dijo Debes llevarme a ver el diamante de Topkapi. Me negué debido a su estado. Víctor: hazlo, me visto, llévame hasta allí. Y eso hicimos. Apoyado en mí atravesamos parte de la ciudad hacia el Cuerno de Oro, donde se encontraba el palacio, ahora visita turística. Carlo guardaba un mudo y fúnebre silencio, se protegía el estómago con un brazo y con el otro me sujetaba por la espalda. Estaba pálido, incluso amarillo. Atravesamos los diferentes niveles de seguridad del complejo turístico y llegamos al interior del palacio. Donde arrastrando a Carlo pasamos volando a través de las salas directos hacia el diamante. Al llegar a su vitrina vimos a lo lejos la típica acumulación-mona-lisa y Carlo me dijo ya totalmente apoyando su peso sobre mí Tienes que conseguir que me quede a solas con el diamante. ¿Y cómo aparto a todos estos turisticus hominis?, pregunté. En la Biblia se relatan apartamientos más sencillos logrados tan sólo con la palabra, dijo. Y lo hice. Abrí un canal a través del gentío diciendo please, please, here’s the magic on movement, arrastrando el cuerpo amarillo de Carlo, the magic itself on movement, cuya mirada ya era fija y vidriosa, on magician’s momentum, hasta ubicarnos en primera fila ante el diamante.

Allí asistí al raro fenómeno de su curación instantánea. Carlo se separó de mí y sostenido sobre su peso dijo unas palabras del Corán –me reveló más tarde- según le había indicado Sahila en el tren fronterizo, y la fuerza volvió a su cuerpo por momentos y se irguió su espalda y se giró hacia mí y dijo Ya está; ahora sólo necesito un zumo de manzana y habrá terminado esta penitencia.
Bebió una botella entera de zumo de manzana a las puertas del palacio, sentado sobre una antigua roca miliar. Y quedó restablecido.
* * *
No podemos saber hasta qué punto estamos equivocados. Carlo estudió Filosofía y luego Derecho. En la actualidad lleva casos de importancia durante el día. Por las noches, escribe su obra capital en el ámbito de la filosofía: Refundación del pensamiento conceptual. Una pieza cuya primera parte consta de 500 páginas que, dice, ha de reducir a tan sólo 10. En las que, tras haber leído toda la literatura acerca de ontología, metafísica y filosofía del lenguaje de los últimos siglos, destruye el edificio de la razón para iniciar la construcción de un nuevo edificio que va a resultarnos difícil llegar a comprender. Luca y yo hemos visto esas 500 páginas y hemos leído algunos pasajes.
Lo escenificó así un día cerca de la cima del Tagamanent. Me explicó que había estado inventando un nuevo lenguaje con un amigo aficionado a la música, Lluís. Un lenguaje llamado El Guirnal. Caminábamos a través de los matorrales bajo un frío inclemente. Él iba delante, por lo que apenas le escuchaba hablar. ¿Cómo es ese lenguaje?, le pregunté. Puro sonido, contestó, ¿Quieres hablarlo?

Cómo voy a hablarlo si no sé ni qué es.
Puro sonido, dijo, modulado y ya, según la realidad interna de cada uno. A ver, empieza tú, sugerí. Lo que veía entonces era su ancha y fibrada espalda de persona que corre cada día por las noches a través de los bosques. Lo que escuché fue como un trino, seguido de diversas onomatopeyas. Sonidos más o menos melódicos que salían de su boca.
¿Qué?, dije.
Volvió a contestarme con sonidos melódicos no artículados. Pero de alguna forma expresivos. Tímidamente, contesté con un breve graznido impregnado de incertidumbre, y me engolfé con una modulación descendente, a mi entender, que sonó como el canto de un cisne desajustado. Se hizo un silencio que sólo rompían las ramas y pedruscos que pisábamos en nuestro avanzar y entonces Carlo me respondió con otro sonido, un gorjeo, junto con un canto como gregoriano cuyo tono ascendió para cesar abrupto. Quedó un eco en las paredes rocosas de la montaña. Sin duda, y no quiero engañar a nadie, sabíamos exactamente qué nos estábamos diciendo. Y lo que nos estábamos diciendo era importante.
El Guirnal.
* * *
Hace dos semanas nos encontramos en nuestro Kebab secreto de Arc de Triomf. Tan sólo disponíamos de una hora. Arc de Triomf es el punto intermedio entre nuestros respectivos trabajos. Hacía semanas que no lo veía, aunque habíamos intentado encontrarnos. No lo veía, de hecho, desde su boda. Uno de sus últimos mensajes era una captura de pantalla de un libro (nuestro whatsapp está lleno de capturas de pantallas de libro): Qué enfermo parece todo lo que nace. En esa hora que pasé con Carlo volví a sentir lo que cada vez siento con más claridad con ciertas personas. El sentimiento de debo acercarme a ti. Nuestro vínculo cuántico no ha sido todavía lo suficientemente representado. Yo he perdido el tiempo en cosas equivocadas. Y se ha formado una distancia.

Así que después de ese encuentro de una hora volví a citarlo para cenar en mi bar favorito, también secreto, el Guitó, donde he logrado obtener un raro respeto de los camareros. En las dos horas que duró el encuentro, Carlo y yo estuvimos erráticos. Un hombre, a mi izquierda, miraba el fútbol en la tele y tenía, todo el rato, la cara girada hacia nosotros, como si estuviera a su vez escuchándonos o espiándonos. Saltábamos de un tema a otro. Sentía nuestro vínculo incorruptible. Pude decirle en una de esas cápsulas de contenido Carlo me gustaría que nos viéramos semanalmente, y que habláramos más. Mi madre, contestó él, tiene la teoría de que ya no quieres hablar conmigo, quien piensa en ti todo el tiempo, y prefieres a esa gente de la que eres esclavo. Quieres a personas que no te dan ninguna prueba de que te quieren.
Yo no soy esclavo de ninguna gente, contesté.
Esclavo de la dominación, dijo.
Carlo, dije: volvamos a vernos la semana que viene.
* * *
El apunte final es decisivo. Porque por él se alambran muchos textos de esta página web. Yo no sé cómo explicarlo. Pero en ocasiones Carlo habla atravesado por un dios. Cualquiera que lo escuche lo siente así. Cualquiera que pase unas horas con él sentirá el torbellino de quien es acompañado por la fuerza generadora. Una energía excesiva que a su vez le lleva a la más brutal autodestrucción (cosa que nos une, la autodestrucción). El apunte es importante: Carlo es el único asceta que he conocido en este siglo.
Mi teoría esencial es que en su campo, en el espacio del alcance de su energía, sea lo que sea aquello que se siente con su presencia –que es muy poderoso-, el ascetismo es el intensificador. Que el ascetismo hace la magia en el mundo. Y que, de todas las cosas, el ascetismo es aquello que más muerto está en nuestro siglo, el de la descarga dopamínica.