Reseña de "David Lynch. Un hombre de otro lugar", de Dennis Lim.

I

Con motivo del centenario de la invención del cine, el proyecto Lumière and Company reunió 40 cortometrajes de 55 segundos de duración realizados por directores de renombre entre los que figuraban John Boorman, Wim Wenders o David Lynch. Estas piezas breves, grabadas como condición con las mismas técnicas cinematográficas disponibles hace ya más de un siglo, no figuran en ningún caso más que como obra secundaria o anexa en la filmografía de sus autores. Sin embargo, la propia exigencia de no superar el minuto de metraje, sumada a su dimensión arcana como tributo originario, permite que puedan verse como pequeños manifiestos o poéticas condensadas. Quizá la pieza más conocida del conjunto sean los 55 segundos de grabación de un huevo friéndose, de Abbas Kiarostami, o el corto de Spike Lee, en el que vemos a un bebé en el momento en que empieza a hablar. Sin embargo, merece aquí la pena rescatar el pedazo de cinta que presentó David Lynch para la ocasión, bajo el título de Premonitions Following an Evil Dead.

En ella, uno encuentra comprimidas las claves fundamentales de su cine en un recorrido de apenas cinco planos. Observamos: «terror incipiente, amenaza sexual, pánico melodramático, el hogar como lugar al que llegan las malas noticias», y no sólo eso, también añadiría que en ese minuto se manifiesta la naturaleza mistérica y hermética de su obra, el poder difícilmente contenido de la pulsión en lo representado, o el particular tratamiento de la tríada sonido – iluminación – objeto que caracteriza toda la obra de Lynch. De un sólo minuto pueden extraerse estos y otros elementos de carácter incluso estructural que conforman lo que podríamos llamar una poética lynchiana: el tratamiento no lineal / unidimensional del tiempo y del espacio, así como la penetración y presencia constante de lo inconsciente en lo figurado. En lo más pequeño está ya representado lo más grande: esta idea antigua se hace manifiesta aquí.

 

II

Este detalle lo he extraído de David Lynch. El hombre de otro lugar, de Dennis Lim, novedad editorial de Alpha Decay para la primavera de 2017. Hasta el momento, además de consumir las obras audiovisuales de Lynch (principalmente, las películas), había leído algunos libros, como David Lynch por David Lynch (Alba) o Atrapa el pez dorado, obra escrita por el propio director. De ellos me llamó la atención la expresión oral y escrita del cineasta: seca, ambigüa e imprecisa (en lo conceptual, pues en otros aspectos más accesorios, tales como fechas o lugares, Lynch es particular y obsesivamente preciso). Me parecía que, en el terreno más ortodoxo del lenguaje, Lynch encontraba serias dificultades para transmitir o concretar los tonos y matices que lo han hecho tan fácilmente identificable en lo audiovisual, y en otras disciplinas como la música, la pintura o la ebanistería (sí, estamos ante un hombre renacentista cuya obra fílmica ha eclipsado injustamente, de cara al gran público, el resto de facetas).

david lynch hombre otro lugar

Esta extraña disonancia en mi percepción del autor quedó aclarada en las primeras páginas de la monografía de Dennis Lim que quiero comentar aquí. Su origen lo encontramos en la afasia que sufrió hasta los 20 años: dificultad para expresarse y encontrar las palabras adecuadas, muchas veces compensada, como en el caso de Lynch, en habilidades para manejarse en otros registros del lenguaje previo al habla (la forma, el sonido o la luz). Con esta pequeña referencia en mano uno dispone de una clave interpretativa que permite leer en otro sentido las palabras neurotizadas que usó David Foster Wallace en su célebre artículo sobre el cineasta (recogido en Hablemos de langostas): «a veces es difícil saber si es un genio o un idiota». En este sentido, el sucinto libro de Dennis Lim publicado ahora por Alpha Decay se ofrece como una lectura imprescindible para armarse de referencias y detalles contextualizadores con los que entender mejor su obra. Podemos tomar, por ejemplo, sus dos primeros cortometrajes: Six men getting sick y The alphabet, y verificar en ellos, a la luz de la afasia, un intento de aparecer, dominar, nacer y penetrar en el lenguaje convencional de los hombres. Si en Six men getting sick vemos a unas extrañas figuras que acaban vomitando al unísono como quien expulsa una materia prima todavía no asimilada, en The alphabet encontramos unas inquietantes letras del alfabeto que atormentan a un personaje femenino que primero aparece como muñeco / animación y poco a poco se convierte en mujer. Lynch describió esta obra como «una pesadilla sobre el miedo a aprender». En el corto, de fondo, suena una mezcla de voces de bebé que cantan y hacen gorgoritos. Lo que se manifiesta está claro: el lenguaje está entrando en el muñeco y lo está haciendo humano. Sin embargo, la última escena es también una violenta descarga informe que nos avisa de lo defectuoso que es lo meramente humano: la mujer escupe sangre sobre las sábanas: conocemos el lenguaje, pero el sueño ha terminado.

Con esta clave podríamos seguir adelante revisitando la obra de Lynch y mejorando nuestra comprensión de ella. En Cabeza Borradora, por ejemplo, no nos fijaríamos tanto en su caótica trama, sino en aquello que nos transmiten los objetos y el mobiliario (todos ellos diseñados minuciosamente por Lynch con el fin de ser elementos comunicativos no convencionales), o en el sentido sinestésico de los sonidos, grabados concienzudamente junto a Alan Splet. También nos fijaríamos más en en sentido semántico del movimiento, en aquello que nos puede decir la iluminación y callan los personajes y, sobre todo, en la esencia de conjunto que se desprende de la unión de estos elementos hasta el momento obviados. Respecto al mundo de Cabeza Borradora, Lynch dijo: «Es fealdad, en cierto modo, pero yo lo veo como texturas y formas, áreas rápidas y áreas lentas».

Por este motivo merece la pena leer el libro de Dennis Lim: contextualiza aquello que, en el imaginario público, ha servido para crear incluso un término, lo lynchano, que normalmente no viene a significar otra cosa que «lo que es raro y no entendemos». El libro de Lim no es tanto una biografía como una investigación en los detalles de la vida de Lynch que puedan arrojar luz sobre su su estilo y su obra. Y aunque no parece muy lúcido a la hora de introducirse en terrenos especulativos (sus comentarios y pensamientos acerca del término lynchano son totalmente diletantes y prescindibles, por ejemplo), sí ofrece una visión de conjunto enriquecedora para el profano. No hay demasiada interpretación, sino claves, y a partir de ahí el lector puede especular libremente como más o menos yo mismo hago (o he hecho) aquí.

 

III

El sentido de dichas claves amplía lo que podemos conocer de Lynch. La afasia y sus consecuencias nos llevan por un camino, pero también lo hace el descubrir sus orígenes socioculturales, determinados hábitos (revelados por él mismo o por «testimonios») o la evolución de sus inclinaciones e intereses vitales a lo largo del tiempo. Muchos son los caminos que puede tomar uno en el análisis de la producción de Lynch. Y no pueden olvidarse tampoco, entre ellos, los pedregosos caminos del inconsciente, lo telúrico, lo primitivo o lo mitológico – simbólico, pues suelen ser el núcleo duro de lo que no es compredido ni integrado en la comprensión.

De la lectura del libro de Dennis Lim, uno deduce que existe una lógica evolutiva en la obra de Lynch y que quizá hace falta plantear una aproximación epistemológica distinta para acceder a sus contenidos más profundos. Habría que reflexionar acerca de lo siguiente: ¿en qué prestamos atención cuando vemos o participamos de algo hecho por Lynch? Y, sobre todo, ¿Estamos prestando atención a aquello que es realmente relevante? O más concreto aún, ¿Qué criterios ha utilizado la crítica para acercarse a los pequeños artefactos que son las obras de Lynch? Si antes tomábamos sus primeros dos cortometrajes, fijémonos ahora en su último largometraje hasta la fecha: Inland Empire. Podemos abordar esta película desde muchas perspectivas a tenor de lo mencionado, pero merece la pena fijarnos tan sólo en un aspecto que da cuenta de las dificultades para ofrecer, a través del lenguaje escrito, una visión integral de la misma. Para el rodaje de Inland Empire Lynch se sirvió, por primera vez, de una cámara digital casera. Se trataba de una Sony DSR-PD150 de venta minorista (entonces, 2001, costó unos 4 mil euros) y con ella experimentó con el formato digital. ¿De qué manera? Por un lado, subvirtiendo las reglas de la industria del cine: es posible hacer películas de manera individual y con una sola cámara (lo que hoy parece una obviedad quizá no lo era en 2001), y además hacerlo sin orden ni estructura prefijados (en esto no hay novedad). Por otro lado, puesto que la forma de la película viene determinada por las condiciones de grabación, llama la atención cómo Lynch integra con sentido y con una función precisa el propio método de grabación. Si en el celuloide de baja calidad podemos tener una «textura granulada de aire romántico», con el vídeo digital de baja resolución obtenemos otro tipo de textura. Dijo Lynch: «Es una calidad diferente. Me recuerda a las primeras películas de 35 milímetros. Se ven otras cosas. Nos habla de otra manera». De pronto el vídeo digital de baja calidad es el motor principal de dos impresiones indirectas que recibe el espectador de forma seguramente insconciente en Inland Empire: claustrofobia y terror. Si extendemos este detalle al resto de factores: personajes, decorados, efectos, sonidos, tramas, etc, encontramos que muchos elementos en apariencia pasivos o secundarios son aquí primarios y activos (de manera muy consciente y exagerada frente a lo que llamaríamos cine comercial), y encontramos que, siendo así, no son suficientes lo criterios epistemológicos convencionales para afrontar el análisis de la obra y mucho menos su entendimiento (una prueba de ello es el dantesco y patético historial de reseñas mencionadas en el libro, cuyos juicios por lo general son 1) reductivos 2) admirados y devotos, pero ignorantes).

Una idea clara que se desprende de David Lynch. Un hombre de otro lugar, es la siguiente: algo se nos escapa en el entendimiento de este cineasta. Dennis Lim lo circunscribe a la figura concreta de Lynch, pero parece obvio que Lynch no es otra cosa que la punta de lanza o buque insignia cultural de toda una estirpe de creadores cuyos modos expresivos necesitan de una ampliación de conciencia y perceptividad generales. Sin embargo, Lim no ofrece una respuesta y acepta tal y como viene el concepto: Lynch es multidimensional, poliédrico, etc. Sí, pero yo me pregunto: ¿qué podemos hacer para entender mejor su obra?

Sin ser este un estudio sobre Lynch, sino un comentario a un libro, una respuesta que me viene a la cabeza a raíz de lecturas recientes puede ser resultar tan temeraria como certera: hay que iniciarse en metafísica y en teoría de los objetos. Digo esto pensando en un artículo que leí mientras leía este libro, escrito por uno de los filósofos metafísicos más controvertidos del momento: Graham Harman. Espacio tiempo y esencia desde un enfoque orientado a objetos, es el título. Este artículo ofrece, en mi opinión, una serie de instrumentos que directamente beneficiarían nuestro entendimiento de Lynch. Si bien ese mismo artículo ha sido duramente criticado por círculos académicos especializados en metafísica (no soy experto en el tema y no puedo pronunciarme), una lectura lúdica del mismo, en clave de la obra de David Lynch, resulta iluminadora para que nuestra capacidad de entendimiento se oriente hacia elementos y relaciones no ortodoxas, y para que prestemos atención a otros posibilidades de la manifestación. El texto de Harman postula una nueva definición de los conceptos de tiempo y espacio que, a su vez, lleva directamente a una nueva definición de lo que es un objeto y de la naturaleza de la relación entre los mismos. Suena oscuro, sin duda, pero no puede ser de otra forma si lo que aquí se sugiere es una manera radicalmente diferente de entender la realidad frente a la idea preconcebida y, por qué no, simplista y mecánica que domina la población corriente, y que suele ser la base de los abundantes argumentos que se esgrimen contra la obra de Lynch. Mi argumento: no es David Lynch quien debe aclarar su producción, sino nosotros quienes debemos alcanzar una comprensión completa de su particularidad expresiva no canónica. Para ello contamos con una amplia tradición, desde el neoplatonismo a las filosofías de la India, hasta este último texto que menciono aquí como ejemplo libre, pasando a su vez por tantos otros artistas y pensadores que conviven en lo «lynchano», por llamarlo equívocamente de alguna forma, desde que el arte existe y está documentado.

Sin duda el libro de Dennis Lim ofrece una aproximación general e introductoria imprescindible para poder pasar, a continuación, a estas otras lecturas también aclaradoras desde la espesura. Ese otro lugar que habita Lynch es un lugar muy concurrido, aunque por lo general silenciado, por cierto.

Víctor Balcells

 

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