Democracy 3: África o el triunfo del Imperio

Tras nuestro rato de estudio entre papiros, acabamos la tarde con una ronda de Mezcal en el bar de la biblioteca. Allí, con la prohibición expresa de hablar de manuscritos o de otros siglos que no sean el nuestro, acabamos siempre hablando de política.

Desde que conozco a mis dos compañeros librescos -cuya identidad no puedo revelar- el cierre de la velada es siempre un cierre invectivo. Hablamos mal del gobierno, de la falta de profundidad en la retórica parlamentaria, señalamos graves errores legislativos, diplomáticos, sociales; en definitiva: la decadencia general del país desde nuestra perspectiva de exploradores del papiro. Por otro lado, también tenemos la certeza de que sabemos cómo habría que hacer las cosas, sabemos con total certeza que tal o cual ley lo mejoraría todo, con total certeza sin duda sabemos también que nosotros lo haríamos mejor y en la miserable terraza del bar de la biblioteca con total certeza nos asentimos mutuamente regodeados en nuestra inteligencia. Eso mismo estaba ocurriendo hace unos días cuando, desde la mesa contigua, un extraño paralítico nos habló: «Vosotros os creéis que lo sabéis todo, pero yo os voy a demostrar que sois tan fanfarrones como los demás». Hizo un gesto para que lo siguiéramos, se extrajo de la mesa con un impulso rodado hacia atrás y se encaminó por la rampa de nuevo hacia la biblioteca. Lo seguimos intrigados. En el interior, nos reunió en torno a su mesa, donde había un ordenador portátil, y dijo: «En la próxima media hora, seréis presidentes de la República Tunecina».

democracy africa

Pequeñas humillaciones de biblioteca. El misterioso hombre nos dijo que tenía un juego en el ordenador, Democracy 3: Africa, en el que uno podía poner a prueba sus dotes de liderazgo como presidente del gobierno. Un juego de gestión. Nos dijo: «Os he escuchado hablar y parece que sabéis qué es lo que hay que hacer para que un país vaya bien y su población sea feliz. Ahora vamos a comprobarlo». En ningún momento nos opusimos a su maniobra porque enseguida nos llamó la atención la interface del videojuego (imagen arriba). La mecánica es la siguiente: en Democracy 3: Africa, eres el presidente de un país africano. El objetivo, ser reelegido al final de la legislatura, si es que logras acabarla. Para ello, dispones de un «capital político» que te permite promulgar leyes, subir o bajar impuestos, lidiar con el terrorismo, privatizar las pensiones… lo que a uno se le ocurra. El juego pretende ser un simulador político realista. En el centro de la pantalla se muestran los «tipos de votantes», reunidos en grupos como «jóvenes, mujeres, motoristas, capitalistas, liberales…». Una sola persona puede pertenecer a varios grupos (joven, mujer, urbanita, por ejemplo), y cada cambio político que hagamos tendrá influencia positiva o negativa tanto en los votantes, como en el área de acción a la que se enfoque (todos los iconos redondos que hay alrededor del panel de votantes). Por ejemplo, si subimos las pensiones, perderemos fuerza de voto entre los capitalistas pero la ganaremos entre los ancianos y los socialistas. La subida de pensiones, a su vez, afectará a nuestro producto interior bruto y al nivel de salud nacional, entre otros. En conjunto, las variables interrelacionadas son tantas y tan precisas que la simulación alcanza notables cotas de realismo, según pudimos comprobar aquella tarde.

Ahora podréis poner en práctica vuestra sabiduría de bar como presidentes de Túnez. ¿No puede ser España?, pregunté, a lo que el hombre contestó que España no había sido incluida en el juego. De modo que: Túnez. Nos sentamos delante del ordenador y él se colocó a un lado, nos explicó las mecánicas básicas (es muy simple) y se quedó con los brazos cruzados y a la espera de nuestro fracaso -por lo menos esa era la proyección que quedó de su gesto en la cara-.

Lo primero, repasar la situación de Túnez en el presente para, a partir de allí, tomar decisiones. Al empezar la partida el juego te informa: los principales problemas de Túnez tienen que ver con 1) Los sintecho 2) la Salud pública 3) la educación 4) el creciente crimen organizado 5) la economía no modernizada. A priori, con una gran mayoría de la población conservadora eminentemente rural, parecía difícil poder hacer muchos cambios, pero allí estábamos de pronto sumergidos en el juego, enchufados, como se suele decir, y con ganas de demostrar que podíamos resolver todos esos problemas, y más.

Como en el primer turno disponíamos de superávit presupuestario, aumentamos las becas universitarias (para aumentar la creación de especialistas) e instauramos una ley de control de los alquileres que no gustó mucho a la mayoría conservadora pero que sirvió para reducir el enorme volumen de sin techo. Al mismo tiempo, cuando se nos propuso retirar los pagos extra a los CEOs de las grandes empresas, decidimos que lo mejor sería mantenerlos para evitar problemas con las altas esferas de poder. Nuestra idea: cambiar un país haciendo concesiones a todo el mundo, incluso concesiones aparentemente negativas para determinado sector. En el segundo turno, aumentamos la producción de pretróleo en el desierto, cosa que nos dio más superávit. Con este superávit promulgamos una ley de subsidios a la micro energía renovable y fundamos un sistema de bibliotecas públicas. Por un lado mejorábamos el maltrecho sistema eléctrico del país (que sufría apagones durante el día que afectaban tanto a la población como a las empresas), como el sistema educativo gracias a la instauración masiva del libro.

Estos pequeños cambios de base empezaron a dar resultados en el tercer turno (cada turno es un trimestre o un cuadrimestre según se escoja): bajaba el volumen de sin techo y aumentaba el nivel educativo general, cosa que permitía el aumento de la productiva (hecho sumado al incremento de producción de petroleo y a los ingresos derivados). Puesto que la tasa de crimen era alta y ya habíamos hecho algunas actuaciones en otros ámbitos, establecimos aquí una ley básica de control de población: la instauración del Documento Nacional de Identidad. Es una medida que no gustaría mucho a los liberales, pero que nos ayudaría indirectamente con el crimen, al identificar y censar a la población. Con el capital político que nos sobró de esta importante inversión, abolimos la ablación del clítoris, ganándonos el favor, sobre todo, de las votantes mujeres.

En el cuarto turno, ya tras un año en el gobierno, los indicadores de pobreza bajaban mientras aumentaban los de productividad, educación, salud y hogar. Al mismo tiempo, con la instauración del DNI había descendido bruscamente el crimen y eso había provocado un aumento sustancial de los ingresos por turismo. Así que, con el superávit que seguíamos acumulando (y con el que íbamos enjuagando poco a poco una deuda pública razonable), promovimos subsidios a la industria tecnológica y creamos un fondo de control de calidad de los alimentos, lo primero para promocionar la economía, lo segundo para reducir el nivel insalubridad de la comida en el país. A estas alturas de vez en cuando nos girábamos hacia el hombre que nos había retado y con gestos elocuentes le mostrábamos en los gráficos del juego lo bien que estábamos gobernando a Túnez.

Estábamos tan lanzados y los indicadores eran tan favorables que introducimos en el quinto turno una ley de subsidios a los coches híbridos, y también un sistema más efectivo de prestaciones de desempleo. La inversión fue importante pero el dinero fluía y seguía habiendo superávit. En las encuestas con los votantes, poco a poco convencíamos a determinados sectores y perdíamos apoyos de conservadores y tradicionalistas. Las cosas no podían ir mejor. Hasta que llegó el sexo turno.

Entonces apareció un aviso conforme un grupo de feministas habían tomado las armas descontentas con nuestra actividad en favor de los derechos de las mujeres. Actuamos rápidamente con un gabinete de urgencia y con la inversión, a costa de algo de déficit, en dos campos importantes: planificación familiar e igualdad de género. Y como siempre que promulgábamos leyes avanzadas (y por lo tanto, rechazadas por una parte de la población) procurábamos ofrecer algo a cambio para los sectores descontentos. En este caso, los conservadores islámicos veían con malos ojos la igualdad de las mujeres, y los capitalistas lo encontraban, en su dimensión numérica, un gasto excesivo. Subimos subsidios que afectaran a esos dos grupos -o bajamos impuestos- y, entusiastas, pasamos de turno.

En el séptimo turno apareció un cartel repentino:

democracy africa

¿Cómo? ¿Qué pasa? ¿Asesinado? Pulsamos en Quit y, cierto, la partida había terminado. De nada había servido que tramitáramos dos leyes fundamentales en favor de las mujeres. Estábamos en la pantalla de inicio. Ha terminado, dijo el hombre desde su silla de ruedas: golpe de estado, asesinato, y fin de vuestra utopía en manos de las matriarcas.

¡Pero si todos los indicadores eran favorables! ¡La gente era menos pobre, tenía mejor acceso a la educación, a la comida, a los hogares, mejores transportes! ¡Había petróleo, subsidios, investigación tecnológica en África!, dijimos. Habéis sido borrados de un plumazo, contestó el hombre, ¿Queréis volver a intentarlo?

¡Por supuesto!

Tres partidas más hasta que cerraron la Biblioteca. Con Ghana, con Egipto y con Nigeria, y con alternativas admoniciones de silencio por parte de la bibliotecaria. En las tres partidas, tras ejecutar importantes reformas: asesinados por los liberales, las matriarcas de nuevo, o bien los yihadistas. El cartel «Assassination!» se repitió tres veces para nuestro gran desconsuelo y al final tuvimos que dejarlo cuando llegó la bibliotecaria alertando del cierre. El hombre cerró su ordenador y se dispuso a guardarlo en una maleta con cinto que había en el suelo. Al introducir el ordenador, aprovechó para coger un libro de la maleta.

Con este libro, nos dijo ese misterioso hombre antes de partir por un carril bici impulsado eléctricamente -no volvimos a verlo en la polvorienta biblioteca- comprenderéis por qué no es posible ser presidente de un estado nación y pretender que se puede alcanzar algún tipo de bienestar social con alguna clase de reforma. En vuestras partidas os han matado los terroristas. Pero si no lo hubieran hecho ellos, otros se hubieran encargado de ejecutaros más sutilmente. Blandió el libro en el aire, según recuerdo, y tomamos al vuelo la referencia. Lo compramos. Lo leímos con atención. Nos impresionó.

Ahora, en nuestro rato de asueto tras la investigación papiresca, ya no hablamos de política de la misma manera:

imperio negri hardt

 

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