“Pórtico", de Frederik Pohl. Una novela de Ciencia Ficción
En la corta historia de la Ciencia Ficción[1], Pórtico es la única novela que ha conseguido ganar en un mismo año -1978- los principales premios literarios del género, a saber, el Hugo, el Nebula y el John W. Campbell. Semejante proeza victoriosa sería el equivalente a ganar simultáneamente el Planeta, el Nadal y el Herralde. Esta triple condecoración no tendría más relevancia si no fuera por lo paradójico de la situación: hasta hace poco, nadie se acordaba de esta novela. La rescatamos aquí aprovechando la nueva edición especial que ha publicado Nova (2017) y el próximo lanzamiento de una serie de televisión en el canal Scifi.
Una teoría que conciba los géneros literarios como entidades separadas pertenece al orden de lo absurdo y responde tan sólo al afán del historiador por la sistematización y al deseo del teórico de delimitar un canon siempre discutible. La Ciencia Ficción no vive al margen de la literatura, sino que forma parte indistinta de ella. Aquí quiero recuperar esta obra tan sólo –y no es poco- en calidad de “excelente novela”, “imprescindible lectura”.
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Ya la trama resulta sugerente. La humanidad, en un futuro moderadamente distante, descubre un asteroide con restos arqueológicos extraterrestres de una raza extinta conocida como los Heechees. El lugar está repleto de naves espaciales abandonadas que parecen estar en perfectas condiciones. Sin embargo, son tecnológicamente tan complejas que nadie comprende su funcionamiento: se sabe ponerlas en marcha, pero no pilotarlas. Los pilotos no pueden saber nunca cuál será su destino ni cuánto durará cada viaje, sólo se sabe que cada nave está programada para ir a un lugar X y regresar de nuevo a Pórtico –el asteroide- en piloto automático. De modo que ser piloto en Pórtico equivale a ser, prácticamente, un suicida: las naves son tan antiguas que todos sus destinos ya no corresponden con el lugar que tenían asignado: el riesgo de no regresar y morir en el intento (o bien de agotar las reservas de agua y comida por ser un viaje demasiado largo) es extremo. Ser piloto en Pórtico, en definitiva, es como ser una especie de Cristóbal Colón ultramoderno. En uno de esos viajes hiperespaciales y fortuitos a bordo de las naves de los Heechees existe la posibilidad de enriquecerse con el hallazgo de restos o tecnología Heechee.
COPIA DE PREGUNTAS Y RESPUESTAS EN LA CONFERENCIA DEL PROFESOR HEGRAMET
Pregunta: ¿Qué aspecto tenía el Heechee?
Profesor Hegramet: Nadie lo sabe. Nunca hemos encontrado nada parecido a una fotografía o un dibujo, excepto dos o tres mapas. O un libro.
Pregunta: ¿No tenían algún sistema para conservar los conocimientos, como la escritura?
Profesor Hegramet: Pues, claro, debieron tenerlo. Pero ignoro cuál era. Sospecho una cosa… bueno, es solo una conjetura.
Pregunta: ¿Qué?
Profesor Hegramet: Verá, piense en nuestros propios métodos de conservación y en cómo habrían sido recibidos en tiempos pretecnológicos. Si, por ejemplo, hubiésemos dado un libro a Euclides, tal vez se habría imaginado qué era, aunque no pudiera comprender lo que decía. Pero ¿y si le hubiésemos dado una grabadora? No habría sabido qué hacer con ella. Sospecho, mejor dicho, estoy convencido de que tenemos en nuestro poder algunos “libros” Heechee que no sabemos reconocer. Una barra de metal Heechee. Tal vez aquella espiral en Q de las naves […] … no se ha descubierto nada.
Pregunta: Hay algo sobre los Heechees que no puedo comprender. ¿Por qué abandonaron todos aquellos túneles y lugares? ¿Adónde fueron?
Profesor Hegramet: Jovencita, esto no me deja ni hacer pis.
Uno a veces deambula por los pasillos de la universidad y se topa con los más extraños personajes, en general ancianos profesores expertos en lo más recóndito de cualquier disciplina (Metafísica de los tubos, Prosodia del marketing viral, Historia de las huelgas en la antigüedad clásica); huraños, introvertidos seres de barra de bar, taza de té y conversación circular. El profesor Hegramet es la máxima autoridad mundial en los Heechees. Sin embargo, no sabe absolutamente nada de los Heechees. Nadie sabe nada de los Heechees. En las entrevistas que concede es incapaz de aportar ni un solo dato sobre los Heechees. Profesor de la conjetura, profesor de lo incognoscible. El gran funambulista Hegramet sólo tiene una certeza sobre los Heechees: a juzgar por la forma de sus las sillas, sillones y reposaculos que se han encontrado en las excavaciones arqueológicas, se puede decir –sin tener, aún así, una seguridad plena y científica en tal conjetura- que los Heechees probablemente tenían un culo muy similar al de las abejas, alargado, larval, quizá con aguijón. Por lo demás, la autoridad mundial en Heechees lo deja claro: jovencita, esto no me deja ni hacer pis, es decir, no tengo ni idea, yo, catedrático universitario.
La novela cuenta la historia de Robinette Broadhead -bonito nombre-, piloto de Pórtico en busca de los tesoros de los Heechees. Con una estructura que yo describiría felizmente como “de tipo embudo”, se intercalan capítulos en los que Broadhead está tendido en un diván y es psicoanalizado por un robot llamado Sigfrid von Schrink y capítulos a modo de flashback que reconstruyen las peripecias del personaje en Pórtico a medida que la terapia psico-positrónica avanza, en una suerte de saltos temporales intercalados. El embudo consiste en lo siguiente: la terapia con el robot evoluciona a lo largo de los capítulos hasta la revelación traumática a la par que, desde el otro lado, la historia en Pórtico se desarrolla hasta el conflicto culminante: una misma voz desdoblada que da mucho juego desde el punto de vista del desarrollo del personaje. Esta solución narrativa de corte cinematográfico no debe ser menospreciada. La mayor virtud de Frederick Pohl reside en la combinación de un extraordinario dominio del Plot Point –puntos de giro y tensión- con una prosa rápida, despojada de alardes estilísticos, y extremadamente natural. Efectivamente, los nostálgicos de la serie de televisión Perdidos están de enhorabuena: pocos son los libros, hasta donde alcanza mi memoria y mi conocimiento, que se hayan revelado tan adictivos como este.
Ciertas técnicas constructivas propias del bestseller suelen despreciarse en contextos de crítica literaria relacionados con la supuesta “Alta Literatura”. Sin embargo, todo aquel que se haya aventurado en los entresijos de la creación estará de acuerdo en que el correcto montaje de los conflictos dentro de una narración exige no sólo conocimiento, sino también una fina intuición. La prueba de ello es la enorme cantidad de bazofias que continuamente producen guionistas y escritores de corte académico, instruidos en las insignes “Escuelas de escritura”, a través de los paródicos, casi bíblicos, “Manuales de Escritura Creativa”, etc. Ni hablar. Hilar tan bien una historia como hace Pohl en Pórtico es algo al alcance de muy pocos.
Frederik Pohl juega dos bazas que suelen tener una incidencia directa y estimulante sobre la atención del lector. La primera, ya comentada, es esa sucesión de capítulos que se cierran frente al abismo de un conflicto –algo muy folletinesco que autores tan respetables como Javier Calvo, en España, también dominan y han elevado como vehículo posible de la literatura de calidad- y la segunda es el añadido de lo enigmático. No se sabe nada de lo Heechees y eso es motivo de intriga. Por otra parte, los pilotos de Pórtico viajan siempre hacia lo desconocido: doble motivo de intriga. Si la serie televisiva Perdidos fue la gran tesis doctoral de lo enigmático (¿Cuántos enigmas sin resolver se acumulaban capítulo tras capítulo, enganchando al pobre espectador que esperaba en vano una “Gran Resolución Final” que nunca se dio de manera satisfactoria?), Pórtico es la precuela. Es el enigma sumado al conflicto lo que atrapa hasta el final del libro. En este punto Pórtico supera a Perdidos: el autor consigue centrar la atención del lector en los personajes y no en los enigmas. Casi nada se resuelve en Pórtico a excepción del conflicto interior de Broadhead y, sin embargo, el lector no echa en falta que no se cierren ciertos aspectos de la trama. Me remito a lo ya dicho: nadie sabe nada de los Heechees, ni siquiera el máximo estudioso de los Heechees. Nadie sabe nada de las naves espaciales de los Heechees, nadie sabe nada sobre nada, ni siquiera sobre sí mismo, y esa es la gracia de este libro: el autor te está diciendo todo el rato: “los enigmas no van a resolverse nunca, te lo advierto”, y tú, como lector, piensas: “¡Sí! ¡Los enigmas van a resolverse!”, pero, efectivamente, al final te da igual que eso no ocurra –cosa que no sucedió con Perdidos y su fatídico final-.
(Cabe decir, sin embargo, que Pohl escribió tres secuelas fallidas en las que dio toda clase de explicaciones. Yo maldigo el haberlas leído, que conste).
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El texto está repleto de pequeñas interrupciones, recurso de uso común en la literatura de la época –años setenta- pero no en el género, que ayudan a enriquecer la trama. En los momentos más dispares del libro aparecen enmarcados en un recuadro desde anuncios publicitarios del futuro hasta entrevistas al célebre profesor Hegramet -citado arriba- hablando de los Heechees, partes de vuelo y notas de todo tipo que ayudan a dibujar el mundo de Pórtico y sus circunstancias.
Un clásico de la Ciencia Ficción a recuperar que merece ser considerado como algo más que una novela convencional. Hará las delicias del lector exigente y del lector casual, difícil conjunción que raras veces se produce.
[1] De acuerdo con B. Aldiss situamos el nacimiento del género con Frankenstein, de Mary Shelley, en 1818, y no antes como sugieren otros historiadores por una sencilla razón: el concepto de ciencia –y su significado tal y como lo entendemos hoy- no se fijó con exactitud hasta, por lo menos, el siglo XIX. Por otra parte, el género no adquiere su nombre –Ciencia Ficción– y consecuente autonomía de gueto hasta más tarde, cuando Hugo Gernsback, en 1926, lo normaliza para clasificar las historietas coleccionables publicadas en Amazing Stories –textos de ficción cuyo tema principal era la extrapolación de informaciones científicas o paracientíficas-. La cuestión de los géneros y las taxonomías es ardua y siempre aproximativa; Patricio Pron aborda en sus últimos artículos el tema en referencia a la Ciencia Ficción latinoamericana aquí y aquí.