Lugares endocrónicos de polarización negativa
diciembre 2019
Existe una pequeña objeción entre los pocos y secretos lectores de este diario: no hablo lo suficiente de mi vida. Quiero creer como Nietzsche que la comprensión de todo acto requiere como mínimo de cinco años de reflexión. Si cedo al clamor popular quiere decir que cedo también al relativismo. Perderemos rigor. Pero ahí va.
El sábado pasado por la mañana estaba en un estado lamentable. Había prometido coger el tren a primera hora y subir hasta el pueblo de mi infancia, La Garriga, pero ya era mediodía y yo seguía encamado con la vista fija en la estantería. Me produce cierta calma mirar los lomos de los libros en la estantería. No propiamente sus títulos, sino lo caótico de sus colores. El tipo de belleza que ofrece un orden camuflado es la que prefiero. Miraba los lomos, aunque llevaba un par de horas pensando Levántate y pon a cargar tu móvil, sin poder llegar a actuarlo. Mi torso había serpenteado en la cama desde el amanecer, y mientras buscaba la fuerza yo faltaba a mi palabra, y quienes me esperaban en La Garriga, esperaban en vano.
Sólo la luz del sol, alta y gravemente tardía, me obligó a levantarme. A las doce y media duchado y habiendo escogido un conjunto adecuado (ahora presto atención a la ropa que me pongo, no mucho, pero algo, siguiendo enseñanzas exteriores) me subí al tren en Plaza Catalunya y me encaminé hacia La Garriga. La R3 es la única línea de Renfe con configuración de vía única. Sus trenes, de la serie 440, tienen un tipo de asientos más cómodos que las variantes de la misma serie de otras líneas.

El problema de la vía única en una línea que se introduce hacia el interior en un constante desnivel de subida dirección a Vic, se representó en 1979 con el fatal accidente de Les Franqueses.
El seis de diciembre de 1979 el tren GR2-10908 procedente de Vic dirección Barcelona detectó una anomalía en sus frenos. En la parada de Sant Martí de Centelles se realizó una evacuación de pasajeros. El tren siguió en marcha lenta –en todo momento en bajada hacia Barcelona; ligera pero constante- hacia la siguiente parada: Figaro. Sin embargo se produjo un fallo definitivo en los frenos que lo aceleró, sin pasajeros ni conductor (se había tirado por la borda), y lo hizo bajar a 100 kilómetros por hora a través de los diferentes pueblos, pasando de hecho por La Garriga, solo y fantasmal y fatídico, sin que nadie pudiera pararlo.
En sentido contrario, subía un convoy dirección Ripoll con pasaje. El segundo y tercer vagón lo ocupaban, por completo, unos estudiantes cuyo destino era Figaro para estudiar minerales. Un cuarto de hora antes de que se produjera el impacto entre ambos trenes, el convoy de subida redujo velocidad y apagó sus luces y se detuvo.
El choque frontal produjo 19 muertos y decenas de heridos.

Subía apoyado a la ventanilla, escuchando música, varado en oceánicas sensaciones de vuelta atrás, y de bloqueo, y de sórdida imposibilidad y nopodermiento de vivir. Y miraba a mi alrededor y veía una tristeza en los demás que quizá sólo era una proyección de la mía propia sobre su felicidad. Cuando bajé en La Garriga, como siempre, inspiré. Había pasado allí los veranos de mi infancia y cada vez que respiraba allí lo recordaba. Mis abuelos tuvieron una casa con un gigantesco pino centenario.
La casa fue vendida y el pino fue talado.
Esta vez, en lugar de subir a la zona señorial de las mansiones con jardín, tenía que adentrarme en el pueblo y llegar a las afueras, allí donde me esperaban desde hacía horas cocinando, al parecer, según se me dijo por whatsapp, Varios tipos de tortillas de patatas mientras te esperamos. Sin embargo, no me encaminé directamente hacia allí. Decidí antes dar un rodeo y acercarme a lo que quiero definir como un lugar endocrónico de polarización negativa.
Mi lugar fundacional, primero, endocrónico de polarización negativa. Un pequeño banco ubicado en la quinta manzana del famoso Passeig modernista del pueblo. Tomé una fotografía desde la distancia porque sabía que, a medida que me acercara y entrara en su campo, mi mente se extraviaría. Lo señalo con una flecha. Ese es el lugar fundacional:

Donde a mis once años fui engañado y traicionado por un adolescente que le dijo a mi amada secreta, Elena, que yo la amaba. En ese banco un deforme muchacho pudo con mi dignidad y me obligó a relatar mi secreto más profundo, mi amor por ella nunca revelado ni representado, y posteriormente en ese banco le dijo a ella, ante su risa irónica y maternalmente negativa, que yo le había dicho que la amaba. Ese ser maléfico del pueblo hizo la declaración que yo llevaba años postergando en un instante, con frases vulgares y un tono sarcástico que les hizo reír, tanto a Elena como a él, finalmente ante mis narices, mi cara ruborizada, mi interior atravesado por el conocimiento de la traición y la experiencia de lo perverso.
Los lugares endocrónicos de polarización negativa son subjetivos. Por lo que el campo no influye sobre otras personas. Es improbable incluso que, a pesar de ser partícipes de la escena, el campo pudiera influir ahora tanto a Elena, quien tiene dos hijos y está felizmente casada, o al maromo (podríamos desarrollar aquí un modelo espacial-mecánico de la teoría empática, pero no estamos tan locos de momento). Pero antes de relatar la experiencia, algunas precisiones.
Digo endocrónico recordando el estudio de Asimov acerca de Las propiedades endocrónicas de la tiotimolina resublimada. Con endocrónico decimos que un objeto tiene su propia y manifiesta temporalidad, que está disociada de la temporalidad de los objetos que la rodean. La sustancia de la que hablaba Asimov se disolvía en el agua antes incluso de llegar a tocar el agua, anticipándose en el tiempo por su naturaleza endocrónica.
El inconsciente, si nos atenemos a la clínica y a la definición convencional, es endocrónico. Su naturaleza atemporal le permite obtener esta cualidad. Por lo que nosotros, como seres, somos crónicos y, al mismo tiempo, endocrónicos. Sin complicarlo mucho más: En el lugar polarizado ocurrió algo alguna vez que supuso una ruptura, o bien una unión. Un corte salvaje o un colágeno definitivo.
Dice el físico co-fundador de la teoría de la gravedad cuántica de bucles, Carlo Rovelli, que “el tiempo es simplemente allí donde ‘algo entropiza’. A la dirección hacia la que se observa que aumenta la entropía la llamamos tiempo. Y la entropía fabrica el tiempo como la caída fabrica el abajo. El abajo es ‘allí donde algo cae’. El tiempo es ‘allí donde algo se enfría’”.
Allí donde algo se enfría de manera particular y destacada es el lugar polarizado. En mi caso, un antiguo banco del Passeig de La Garriga, que conservaba el sábado pasado, todavía, según noté, el campo. A unos treinta metros empecé a desviarme en lenta parábola hacia la izquierda respecto a la toma de la fotografía, y me acerqué al banco. Al verlo desde lejos me vi sentado entre el maromo y Elena, ellos riéndose y yo mirando al frente porque mi amor no sólo no había sino correspondido, sino tampoco tomado como valor. Me vi en un estado de petrificación y bloqueo del que ahora me arrepiento. En esa escena no recuerdo que dijera nada. Mientras me acercaba al banco, el otro día, el cielo no se oscureció pero sí se hizo brumoso, y pude dar un rodeo en torno a las tres figuras, y ver cómo mi mirada entonces más limpia y luminosa, se quebraba fija al frente.
¿Qué era lo que miraba, entonces, mientras Elena le decía al maromo, y no a mí, que no me amaba?
Me senté en el banco y adoptando la misma postura y mirada del lugar polarizado endocrónico, vi la valla baja de la casa de Elena cubierta de hiedra.

Alguien me había dicho que todavía vivía allí. Así que me levanté y abandonando el centro del campo inicié otra parábola que me llevó a bordear la casa. En la valla ya no había hiedra. Y estaba cerrada a cal y canto.
Como nota curiosa, al regresar a Barcelona tuve que coger los ferrocarriles. Esos magníficos trenes Alstom de tres composiciones de la serie 114 para la línea 7,

Y acabé topando por sorpresa con un segundo lugar endocrónico de polarización negativa. Digo polarización negativa frente a los “hipotéticos lugares circundantes en cada momento”, no para referirme a un hecho “negativo” en sí. De hecho lo que ocurrió es que topé con un lugar endocrónico de signo positivo. Ocurrió al bajar en la parada de Provenza. Si habitualmente subía hacia el intercambiador, esta vez tomé la salida sur a la calle Balmes. Al salir a la calle, me topé con un bar esquinado que poseía un campo propio y poderoso. El Apeadero:

En la mesa donde ahora se ve a un anciano de camisa azul estuve desayunando por primera vez con una persona que luego fue importante para mí durante años. Al salir del metro experimenté la endrocronía, el nerviosismo ante lo desconocido que es el otro para nosotros, quien nos gusta y no sabemos por qué. Ella llegó tarde, pero también trajo consigo, en este lugar, una mañana hacia las nueve, el principio de un camino.
Al cruzar la acera la vivencia –recuerdo exactamente el jersey ceñido que llevaba y cómo tenía el pelo, y la hermosa persona que me parecía- se deshizo lentamente, y regresó la ciudad, y el camino a casa volvió a marcarse.