Desde que J y C viven en Cunit, solemos quedar en Vilanova. Ese día nos citamos para realizar una excursión a pie entre Vilanova y Sitges, bordeando la costa y la vía del tren. Sobre un antiguo búnker derruido J. me habló de su experiencia como profesor de Yoga. Le pregunté si en alguna ocasión había sentido la energía oscura de alguien. O bien lo contrario: la energía irradiante. Me habló de una alumna que llegó ya con conocimientos de Yoga. Cuando la miraba o me acercaba para corregirle la postura, ella irradiaba luz, dijo. Sus ojos eran claros, diáfanos. El tormento no anidaba en su interior. O bien algo lo había mitigado. Todos queríamos estar cerca de ella. De una forma u otra, ella acababa en el centro de todas las clases. Al mismo tiempo, dijo, he conocido lo contrario, la energía oscura, la energía estancada y plegada sobre sí misma de la frustración cuyo origen se ha desconocido. Es lo que más abunda, dijo. 

Me lo contaba mientras consumíamos un frugal arroz con zanahoria frente al mar. Luego caminamos cerca de la vía y grabamos a multitud de trenes. Nos cruzamos con otros caminantes erráticos. Hubo una parada especial en el campo de golf: espionaje de sus jugadores e intentos frustrados de forzar el zoom del iPhone. Llegamos a Sitges cuando ya anochecía. A pesar de ser febrero, seguía sin hacer frío. Con un caminar un tanto excéntrico grabé este plano en la calle Montroig. Los rostros de las gentes en sus mesas barescas. Los diferentes grupúsculos emocionales, las atmósferas psicológicas pasando una tras otra en travelling. Estábamos cansados. En ocasiones, algún disfraz.